Por el
contrario, cuando el verano alegre
a la voz
de los céfiros saque a los rebaños
al
bosque y a los prados, que pasten hierba fresca
al lucero
del alba, al despuntar el día,
cuando brilla
un manto blanco en la pradera
y al
ganado le sabe más rico el rocío
sobre la
grama tierna. Después, a la hora cuarta,
cuando aprieta
la sed y encienden los arbustos
chirridos
de cigarras estridentes, darás
de beber
al rebaño el agua que discurre
por
canales de encina, orilla de los pozos
o de hondas
lagunas; y habrán de buscar
algún umbroso
valle en la fuerza del calor
allá donde
extienda a partir del tronco antiguo
su ingente
ramaje la encina corpulenta,
consagrada
a Júpiter, o allá donde cubra
un
oscuro follaje de espesos carrascales
su
sagrada sombra; entonces otra vez
dales un
poco de agua, que pasten otra vez
hasta que
caiga el sol, cuando el Véspero frío
refresca
el ambiente y la luna rosada
reanima
las dehesas, y se oye resonar
la zarza de jilgueros, de
alciones la ribera.
De chaval soñaba, entre otras cosas, con ser pastor. Cuando conocí algo la poesía renacentista se me avivaron esos sueños...
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