Se acabaron los dondiegos. Todavía están abiertos casi todo el día, pero ha habido que cortarlos porque este verano se habían salido de la jardinera y en los días templados de otoño tengo pensado pavimentar la entrada de la leñera, donde crecen como hongos. Pero ya decíamos que, como los tréboles falsos, los dondiegos son una hermosa mala hierba, un ornamento colonizador, con sus flores blancas, amarillas y rosadas, que al final del verano tienden todas al rosa oscuro, por más que intentemos separar las granas cada año y conservar, si se puede, los blancos, que no se tiñen de rosa, si acaso de azul.
Así que ayer tarde nos dedicamos a segarlos y sacudirlos encima de la acera para que cayese la semilla, cuyo aspecto, en negro, es el de una granada explosiva de medio centímetro. De un manojo salen cientos, que vamos clasificando en botes: blanco, amarillo, naranja, bicolor, rosa, que es, salvando el blanco, el proceso que suelen seguir los dondiegos. Luego esparcimos las ramas en una jardinera que estamos arreglando al pie del muro, para que se sequen y se pudran y la lluvia y la yerba entierren las granas que quedaron en sus cálices. Los bulbos siguen bajo tierra, y volverán a salir.
Esta coloración cambiante da un suplemento de fugacidad a la ya de por sí fugaz flor. Si un año está moteada, o dividida en dos manchas, naranja y amarilla, al final del verano su color será más uniforme, y al año siguiente, lo más probable, se habrán oscurecido, y así uno de los colores más llamativos, el rosa fuerte, incluye la lástima de que haya cubierto otros dos tonos acaso más vulgares, pero, merced a su destino breve, incluso más hermosos.
Lo dice Virgilio:
nec sum animi dubius uerbis ea uincere magnum
quam sit et angustis hunc addere rebus honorem
Que viene a querer decir:
Y no se me oculta lo difícil que es
salir airoso de esta empresa con palabras,
y añadir ese honor a las cosas sencillas.
Es lo que Azorín llamó los primores de lo vulgar, que para el padre Virgilio es el fundamento de la belleza. Cuidamos flores extrañas, orquídeas delicadas, aparatosas dalias, pero esto de lo que no se necesita estar pendiente, que precisamente por ser abundante es despreciado, es lo que con más dedicación tratamos.
Aunque aquí también se crían, estos dondiegos vinieron de Salamanca. Seguro que además son sabios.
Aunque aquí también se crían, estos dondiegos vinieron de Salamanca. Seguro que además son sabios.
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