Cuaderno de verano, 77
El montón del compost ha crecido en los últimos meses hasta las ramas más bajas del mirabel, seguramente el frutal mejor alimentado de cuantos tenemos. Empezamos pensando que era un espino vulgar que daba ciruelicas de pastor, pequeñas y doradas, un poco ácidas, y ahora resulta que es lo más selecto del Prunus domestica. A sus pies vamos echando las hierbas del huerto, pero también los sarmientos de las parras que se desmelenan, los chupones del ciclamor, los inevitables brotes de ailanto, las ramas de unas arizónicas que invadían el camino, las acículas de un pino que tememos que se esté muriendo y cada poco tiempo alfombra la bajada y la deja muy resbaladiza, las hebras de yedra que invaden los pasos o estrangulan otras plantas más livianas, los vástagos de los cerezos y de los membrillos, que crecen a la sombra junto a la acequia, los hinojos que siguen saliendo de aquellos que cubrían los bancales cuando esto era una selva abandonada. Los palos y las hojas tardan en descomponerse y acabarán el mes que viene consumidos en la hoguera, junto con las que de aquí a entonces se acumulen en el suelo, pero el resto se irá aplastando lentamente bajo el peso de las lluvias de otoño y de su propia fermentación, hasta que al año que viene se haya convertido en tierra suelta y negra que esparcir en los macizos de flores y en los alcorques. Así hacemos dos montones, el del año en curso, grande y fosco, amarillento, de hojas arrugadas y varas del color del barro seco, y otro más uniforme, el del año pasado, del que tenemos que arrancar las hierbas y los bledos que crecen tiesos como velas a poco que nos descuidemos, y al que ya le falta poco para volver a ser lo que era en un principio, tierra viva, germen de sombra y de fruto, promesa de verdor. El de este año, como las hierbas ya no crecen tan desenfrenadas, ha empezado a mermar a un ritmo más ligero que aquel al que los nuevos despojos lo recrecen. La hojarasca se pudre y no deja huecos, cada vez que le echo una gavilla nueva de hierbajos noto cómo se viene abajo, como si en vez de broza descargara piedras. También en eso vamos notando cómo se apaga el verano, por todas partes hay relojes silenciosos que avanzan como la noche.
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