El huerto empieza a estar exhausto. Andaba quitándole unas hierbas a los calabacines y al desplazar uno con sumo cuidado, para arrancar una pata de gallina que crecía justo debajo, me he quedado con el troncho en la mano. Cuanto más crece la hortaliza, más frágil es, antes se agota, por nada se quiebra y se seca. Es como si las hubiera exprimido su propia generosidad, como madres consumidas después de una camada muy abundante. Las tomateras que más fruto nos han dado se están secando por momentos, como si ya no pudiesen más. Quedan en pie, lozanos y feraces, los humildes pimientos, que prometen seguir produciendo hasta bien entrado el otoño, mientras no les falte el agua y el calor, y lo mismo les pasa a las judías, que sin embargo he visto que amarillean por abajo, como los carrizos.
Con las flores ocurre algo parecido. Se secaron las dalias, las hortensias se volvieron de papel, sale alguna rosa suelta, aquí y allá (eso sí, de pétalos naranjas bordeados de escarlata, auténticas émulas de la llama), y algunas otras tienen pinta de llegar hasta el final de la estación: los hibiscos de flor ancha y morada, como pétalos de gasa; la begonia recalcitrante, con sus medias copas coloradas; las alegres gazanias, margaritas de fuerte naranja; las diminutas y elegantes trompetillas de la salvia, de un rojo más amaranto, como enfundadas en un soporte negro, o las delicadas gauras, cuyos pétalos parecen mariposas blancas con nervaduras de color violeta.
Da la sensación de que sean las flores más modestas las que mejor resisten el calor: los tagetes están tersos y reventones, y lo mismo hay que decir de los dondiegos o las lagerstroemias, que se niegan a morir. Hay, sin embargo, dos especies que ahora brotan profusamente, las dos también sencillas, flores de pueblo, por así decir, y las dos con distintos tonos de malva, más potente el de los pétalos del áster, de botón amarillo, y más pálidos, como de un lila rósaceo, los del sedum, que en los repertorios de botánica llaman ya sedum de otoño.
Entran y salen las flores y las verduras, como si vinieran unas estragadas por su turno y las saludasen otras, limpias, recién levantadas, y como si unas hubieran perdido el esplendor que en su día causase admiración y otras hubieran sabido conservar una hermosura humilde y duradera, menos vulnerable a la grandiosidad.
16.9.25
Reemplazo
Cuaderno de verano, 88
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario