7.9.25

Fruto

Cuaderno de verano, 79

De la noguera grande se han caído algunas nueces con el ruezno verde todavía, quizá por un golpe de viento, o porque se han cruzado con las ramas de un castaño de Indias que plantamos demasiado cerca, hace casi veinte años, y cuyas ramas larguiruchas se estiraron entre la fronda del nogal para buscar el sol. Este castaño, y otro que plantamos junto al muro, están llenos de fruto amargo, incomestible, que solo sirve para usar su sustancia tóxica como aislante de bacterias, pero que en grandes cantidades incluso podría causar la muerte. 
Los plantamos, ese y otros árboles ornamentales, cuando aquí solo había un rincón a la sombra, con un par de ciclamores y una parra, y el resto era el solanar que necesita un huerto, más algunos frutales muy podados que no sobrepasaban la altura de un brazo extendido, para que se pudiera recolectar la fruta sin tener que varearlos ni subirse a una escalera. Buscábamos la sombra, no tanto el ornamento, y aparte de dejar que los frutales crecieran a su aire, por más que algunas ramas se combaran hasta el suelo y otras llegaran tan alto que no alcanzamos a recolectar su fruto ni subidos a un andamio, también pusimos algunos de los que llaman bordes, no sé si porque nacen sin que nadie los cultive o porque no producen ningún fruto aprovechable, o por ambas cosas, como catalpas, negrillos, arces, plátanos o estos dos castaños de Indias, que poco a poco, peleándose con el nogal o con los cimientos de un muro, se han hecho imponentes, con cicatrices de tiempo, una corteza que va abriéndose y soltando fragmentos como los  lapti de abedul, y una sombra que ya no deja luz para que a sus pies podamos plantar nada. Ninguno da fruto pero de todos sacamos algo: las elegantes vainas de las catalpas, ideales para el decorativismo zen, o las varas de los arces, tan prácticas, de las que hablamos en su día. De los negrillos y de los plátanos no sacamos más que sombra y su presencia tan vistosa (además de, en el caso de los plátanos, unas hojas duras como cartones de embalaje), y de los castaños vamos recogiendo las castañas venenosas que se van cayendo, no sea que las mordisqueen los mastines. Pero «erizo es el zurrón de la castaña», aunque sea mala, y los perros, en cuestiones de botánica, saben latín.

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