Cuaderno de verano, y 93
Termino de corregir las pruebas de una novela que no tardará en salir. En la última escena, la protagonista, una emigrante rusa que tira de su vida y de su familia como una sirgadora del Volga, se queda un momento sola en la casa y abre una ventana. Siente el frío en la cara y para ella es como si le vinieran ecos de su tierra, como si el viento la sosegara y le diera fuerzas para serguir peleando. Luego cierra la ventana y se reincorpora a sus tareas cotidianas. Mientras la corregía he sentido ese fresco en los brazos, ese regreso, pero también el peso del cansancio, y el ánimo para seguir adelante.
«Largo trecho anduvimos, el tiempo es llegado / de soltar los caballos, echan humo sus cuellos», dice Virgilio al final del libro II de las Geórgicas, y digo yo al final del libro II de estos Cuadernos. Todo son finales, tarea cumplida, refrigerio que conforta después de una larga travesía. No pensé que cada día, desde aquel lejano solsticio, tuviese temple suficiente para seguir buscando los detalles que me acompañan, las brisas suaves que me consuelan, la conciencia repetida de que no hay más paraíso que el que uno sepa crear dentro de sí mismo. Meteremos al establo los caballos, les daremos agua fresca y alfalfa reciente, de la que ayer vi que acababan de segar, antes de que la lluvia la estropee; los almohazaremos con mimo, les peinaremos las crines, les cambiaremos las herraduras, los dejaremos descansar. Mañana empieza el otoño y habrá que echarse otra vez al camino.
«Largo trecho anduvimos, el tiempo es llegado / de soltar los caballos, echan humo sus cuellos», dice Virgilio al final del libro II de las Geórgicas, y digo yo al final del libro II de estos Cuadernos. Todo son finales, tarea cumplida, refrigerio que conforta después de una larga travesía. No pensé que cada día, desde aquel lejano solsticio, tuviese temple suficiente para seguir buscando los detalles que me acompañan, las brisas suaves que me consuelan, la conciencia repetida de que no hay más paraíso que el que uno sepa crear dentro de sí mismo. Meteremos al establo los caballos, les daremos agua fresca y alfalfa reciente, de la que ayer vi que acababan de segar, antes de que la lluvia la estropee; los almohazaremos con mimo, les peinaremos las crines, les cambiaremos las herraduras, los dejaremos descansar. Mañana empieza el otoño y habrá que echarse otra vez al camino.
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