Está siendo un entretiempo raro. El campo se prepara para la otoñada pero persiste una temperatura de principios de agosto, de modo que los colores fluctúan entre los primeros ocres, naranjas y encarnados propios de la época y el tono pálido y sediento del calor. En el camino, las flores de las cañas forman a ambos lados un largo penacho gris, pero las hojas de los saúcos, que se cargaron de bayas negras, han tomado un color vinoso. En los campos, la alfalfa mantiene un verde jugoso, pero los herbazales han girado a un ocre violáceo. Se han secado las artemisias, pero los hinojos están en flor. Se diría que el otoño crece desde el suelo, acaso por falta de lluvia, y así se han secado los bancales que hasta hace pocos días estaban llenos de malvas y achicorias, y los ha sustituido el verde azulado de los acianos, que son más sufridos. Las cañas se secan por abajo, pero arriba, sujetando los plumeros, conservan todavía un verde cada vez más desvaído, y lo mismo habría que decir que los maizales, que en muy poco tiempo se han puesto amarillos, y solo en la parte de arriba, debajo de las espigas, conservan, algo rasgadas y deshilachadas, las últimas hojas vivas.
En casa, un ejemplo de este entretiempo entre agostado y otoñal lo tenemos en el arce japonés, el que decía que por las tardes va cambiando de color. En vez de ir virando lentamente al rojo intenso de las katsuras, que es cuando más llama la atención, tiene hojas frescas todavía, recién salidas, de un verde muy claro, y otras, en cambio, terrosas más que rojas, arrugadas, tan finas que se pulverizan al tocarlas, y no resistirían una volada de aire. Pero no es que la planta entera esté entrando en el otoño, sino que el calor quema una parte y a la otra no la deja ir madurando, y sin embargo, igual que los ribazos, casi descoloridos, sigue el tiempo que le toca, un poco desconcertada, imagino, como aquel que no sabe qué ponerse cuando sale a caminar por la mañana. De hecho, los pocos andarines con los que sigo cruzándome por el camino llevan a la ida un cortavientos cerrado hasta el cuello, y vuelven sofocados y medio desnudos. Se diría que salen de casa confiando en el otoño, y regresan como si hubieran estado en la playa.
13.9.25
Entretiempo
Cuaderno de verano, 85
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario