10.9.25

Uva

 Cuaderno de verano, 82


Las uvas todavía están un poco ácidas para el gusto refinado de los pájaros, pero encuentro racimos en los que quedan uvas verdes todavía, como a medio hacer, junto a otras que han cogido color y están ya recubiertas por la pruina, e incluso alguna que ha alcanzado la sazón antes de tiempo y algún mirlo la vio antes que nosotros. Varios de estos ramos los dejamos sin embolsar, en parte para ver cómo cambiaban, sobre todo estas más tintas, de piel dura y recio sabor, las primeras que se plantaron y las que mejor resisten los ataques de los bichos y el azote del pedrisco. Otra parra de moscateles sin pepita, pequeñas, muy ricas, crió buenos racimos pero a raíz de una tormenta, acaso por exceso de humedad, empezaron a salirle manchas a las hojas y a ponerse los ramos mustios, y pronto se vio que no iban a engordar en condiciones. Pero estas otras han estado años sin que nadie las podase ni mucho menos las asperjase con azufre, y algunas ni siquiera las colgara, de manera que fueron creciendo torcidas, como despellejadas, con ramas que se morían y otras negras de las que brotaban cada año yemas nuevas. La primera vez que las podamos pensamos que nos las habíamos cargado, dieron unos pocos racimos de áspero sabor, pero al año siguiente salieron más pámpanos que nunca, los travesaños que sujetan la parra se combaban bajo el peso de las uvas, y a pesar de que la piel seguía siendo un poco basta, la pulpa era exquisita.
El día está como el racimo. Durante la noche y hasta bien entrada la mañana se diría que es otoño, que las uvas ya están maduras, pero cuando sale el sol vuelve el verano y regresa la acidez. Estos días de cambio de tiempo, de estaciones que se solapan, me hacen pensar en los principios. Paseo por los otros vestigios que quedan en la casa de aquellos primeros días, un albaricoque que ya solo tenía una rama viva y este año mucho me temo que nos ha dicho adiós. Quedan los árboles sagrados que mis padres plantaron cuando yo era un crío. Quedan todavía tres o cuatro parras como esta, los veo sopesar los racimos con cuidado, arrancar una uva, fruncir los labios y el ceño si aún no había madurado, o abrir mucho los ojos, sonrientes, de buena que estaba.

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