8.9.25

Patata

 Cuaderno de verano, 80


Un buen día gris para empezar la escuela. Nubes bajas, inmóviles y oscuras, prometían el chaparrón que se ha quedado luego en cuatro gotas, pero han dejado una brisa que erizaba el vello, y luego, aun sin salir el sol, el día se quedó templado, perfecto para andar entre las cañas, con el morro de la muela al fondo, blanco de cal y rojo de arcilla, asomado a la rambla. Al pasar por el pueblo se oía el grito machadiano de los niños en la puerta del colegio, y al volver  he visto a un hortelano sacando las patatas con los ganchos, con cuidado de no estropear ninguna. No está mal: el abuelo, de buena mañana, a lomo caliente para dar de comer a la muchachada, que volverá después hambrienta y sudorosa, de tanta novedad. 
Algún año pusimos patatas, pero había que sembrar la pieza entera si queríamos que nos cundieran. Aparte de que las plantas me gustan mucho —las hojas gruesas, las flores delicadas—, su abundancia desequilibraba el conjunto, dejaba en nada la porción de los tomates, difuminaba las cebollas, y cuando las sacamos no llegamos a llenar un saco tan siquiera, y aun así se nos grillaban antes de que empezáramos a consumirlas, por no hablar de que había que pasar cada tarde con un bote de espárragos cogiendo escarabajos, que son como mariquitas a rayas negras y amarillas. Si hubiera necesidad, todo lo que ahora es alfombra verde se convertiría en patatal, talaríamos los árboles de sombra y quizá esto regresara a lo que siempre fue, unos cuellos en los que plantar verdura. Así todavía nos dejamos llevar por un cierto sentido estético (y comemos pocas patatas, que engordan).
Apagado el coro de los niños, y aparte de esos cambios en los huertos, el camino ha vuelto del verano. Bandadas de palomas remontaban el vuelo desde los rastrojos, los gatos paseaban tranquilamente por la orilla, sonaba el tintineo de una azada, y la acequia corría llena, con su fresco rumor. Incluso he vuelto a ver una corza con su cría. Primero he visto a la cría, que se ha quedado quieta, mirándome, hasta que ha llegado la madre, y las dos se han metido sin demasiada prisa en los maizales. Igual también barruntan que se han ido a trabajar los cazadores y no les tienen miedo a los abuelos que sacan las patatas, ni a mí tampoco.

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