Ha vuelto a nevar. Esto parece Minessota. Sigue helando pero el tiempo es apacible, no se mueve una rama. La catalpa está la pobre congelada. Del este vienen lentas más nubes oscuras. No se ven pájaros pequeños, tan solo algún aguilucho cenizo planea por el valle, a ver si ya se han despertado los ratones, o si algún gorrioncillo se ha muerto de frío. El sol sigue escondido, pero entre las nubes asoma el azul purísima del cielo.
Sin embargo la catalpa es buen viajero: no coloniza ningún territorio pero termina adaptándose a casi todos. En invierno le cuelgan las vainas finas, con aspecto de judías alargadas, levemente curvas, como una pincelada vertical del alfabeto japonés. Lo que en los deltas del Mississippi son ramos de hojas grandes y descansadas, acostumbradas al calor, como si se abanicasen con desgana, en estas depresiones frías adquieren un tono más escueto y reflexivo. Y frágil: el verano pasado una de las ramas bajas, que ya tenía un grosor considerable, se desgajó y se secó. No la partió un rayo ni colgamos un columpio. Era el tronco, que no podía sostenerla.
El resto de las ramas son más finas; algunas, las más bajas, están más fuertes y desarrolladas, en ellas la lozanía es inversamente proporcional a la esperanza de vida, parece que las más enclenques, aquellas que da la sensación de que se quedaron arguelladas, son las que se harán más viejas. Esperemos que la nieve no sea la gota que desequilibra, el gramo que derrumba. Lo sólido y lo frágil se intercambian los papeles. Por gélida que sea la mañana, siempre hay algún movimiento.
Gracias por enseñarme la palabra “Catalpa” y por deleitarme con tus textos. Feliz Año
ResponderEliminar