Cuaderno de invierno, 25
Uno no está libre de que la ventisca derribe una torre de la luz, la corriente quede interrumpida, se apague la caldera y se muera de frío. Si revienta una cañería o se hielan los grifos, siempre puede beber nieve, pero si tiene que calentarse con abrigos una de estas noches, la cosa se pone más fea. Lo único que nunca falla ni se dispara ni se agota es la leña. En los crudos inviernos de la guerra, el pueblo de Madrid dejó el Retiro medio pelado. Un poco de calor llegó a ser para muchos el último hilo que les unía a la vida. Luego venían los muebles… La única herramienta indispensable era un hacha. Más que una pistola. Lo pienso mientras paso la mañana dormitando junto a la chimenea. Cuando el termómetro se disparó y alcanzamos los 18º bajo cero, empezó a inquietarnos todo aquello que pudiera fallar, y llegamos a la conclusión de que lo único imprescindible era la leña y el laterío, los dos elementos más básicos, y los más antiguos, porque hay cedros centenarios y latas de fiambre de los tiempos de Perón. La tecnología puede dejarte tirado en cualquier momento, pero la leña siempre reconforta, su calor es más cercano y envolvente, más placentero porque te abriga la seguridad de que no ha de terminarse. Tronco tras tronco, el temporal podría durar hasta finales de invierno y no pasaríamos frío. Todo lo demás es contingente. Quizá lo esencial sea también lo básico inagotable. Lars Mytting dedicó al asunto un libro entero, El libro de la madera (Alfaguara), que ardo en deseos de leer, aunque he visto por ahí que combate la idea de que quemar madera sea poco ecologista. Un árbol libera las mismas toxinas si se quema que si se pudre, y en todo caso prefiero continuar una práctica prehistórica que exponerme a un enfriamiento. La leña, además, está integrada en este ciclo ascético vegetativo. No solo los arces servirán el próximo otoño para encender la chimenea, sino que de la rama que tronchó la nieve en el pino grande saldrán unas tedas estupendas, y cuando se derrita el hielo empezará la poda. Y si, además, uno tiene una buena provisión de cirios, ya no hay que preocuparse por más que las grandes conquistas de la humanidad se puedan estropear. No es que uno se conforme con poco sino que detesta la inquietud.
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