Cuaderno de invierno, 35
El correo ha sido ágil y antes de que viniera el camión de la leña me ha llegado El libro de la madera, de Lars Mytting, que leo para ambientarme. Con la madera pasa como con la nieve, que solo los países del norte tienen un vocabulario completo para referirse a ella, y este libro es una enciclopedia de cuanto puede saberse sobre cortar leña, apilarla y quemarla. En Noruega hay cifras mareantes de consumo de madera, porque también las hay de bosques bien gestionados. Salvo por la fiebre del fueloil de los 70, al parecer sigue siendo su principal fuente de calor.
Un capítulo particularmente curioso es el dedicado a la pila de leña. «La tradición noruega», dice Mytting, «es talar cerca de Semana Santa, cuando la nieve está compacta y helada y los troncos se deslizan fácilmente sobre ella». Nadie entonces se plantea solo amontonar la leña contra la pared de la leñera, los troncos a un lado y al otro los palos. En Noruega esculpen fallas de combustión lenta, arte fungible, minuciosa construcción land art a la que cada año se le pega fuego. Las novias no tienen más que ver cómo el mozo apila la leña para saber con qué individuo se van a casar. Myttin detalla hasta quince caracteres deducibles. Comparada con las formidables esculturas de leños con las que se pavonean los noruegos en las fiestas de primavera, mi leñera, donde no cabe una pila muy alta pero los tarugos están separados por grosores, sería la de un individuo cauteloso pero no considerado, para lo que se conoce que hay que mezclar los leños grandes con los más finos. Peor están los que lo dejan todo en un montón, algo que revela «ignorancia, decadencia, pereza, alcoholismo o todo a la vez».
Bien es verdad que semejante riqueza formal (hasta diez formas distintas de apilar la leña) se refiere, sobre todo, al secado de la madera, tan complejo como aquí el de los jamones, y a que los noruegos se calientan con madera de abedul, fácil de hendir. Ya me gustaría verlos cortar alegremente, con sus barbas rubias y sus camisas de cuadros, los tarugos de carrasca que se estilan por aquí, y eso que las hachas nórdicas (a las que se dedica otro frondoso capítulo, como a las estufas o al mismo calor) tienen un ángulo del centímetro final del filo de 32º. ¡Así cualquiera!
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