Cuaderno de invierno, 37
La rama del pino grande que desgajó la nieve ha caído a pocos centímetros de un ciruelo que pusimos el año pasado. El plantón aún lleva la etiqueta, prunus domestica, y la rama unas piñas prietas y lustrosas. Era una rama joven, con el primer gris claro en la corteza. La secaremos en rollo, sin quitarle las ramillas ni descortezarla, para que la savia siga dando de comer a las acículas y engordando las piñas. Cuando empiecen a ponerse feas y se tomen de un color cobrizo será el momento de cortarlas.
Pero su destino es incierto. Quemar las varas de la poda o usarlas para rodrigar tomates es un final, digamos, digno. El aprovechamiento siempre nos parece una virtud con la que galardonamos a los objetos, como si les rindiésemos tributo. Cuando encendemos el bidón para quemar las hojas secas, tan solo echamos directamente al fuego las ramas de los ailantos, de cuyo humo pestífero nos protegemos hasta que se consumen. Pero las otras acaban, clasificadas por grosores, en las distintas cajas de palos para encender. Si la madera es más noble, le buscamos un destino más decorativo. Este verano, por ejemplo, a uno de los guindos viejos se le tronchó una rama por el peso de los frutos. Era una subrama de una de las cuatro que le dejaron en la primera poda, hace casi medio siglo, y era lo bastante larga, recta y gruesa como para sacar de ella un elegante bastón. Otras veces, por ejemplo de un peral que se murió de viejo, corto tarugos del tamaño de una figura de Axel Petersson, esas tallas deliberadamente bastas, como esculpidas a hachazos, con las que el artista sueco sacaba toda la ternura hiperrealista de sus tipos campestres. En un rincón de la leñera voy almacenando tarugos dentro de los que imagino cosas.
Pero con este pino no hay mucho que hacer. La parte más gruesa no da para nada vistoso, su madera es demasiado blanda para tallar cucharas, y tampoco demasiado firme para usarla de varal. Sirve, en todo caso, para sacar tedas, pero no es bueno quemarlas en casa porque hacen exceso de hollín y tupen el tubo de la chimenea. Supongo que, puesto que el azar hizo que no se cargase el ciruelillo, se merece al menos que lo usemos de tentemozo para apuntalar el ciruelo viejo, que sigue cargándose de pomas y a veces las ramas le llegan hasta el suelo.
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