23.7.25

Tomate

 Cuaderno de verano, 33


Todo es un poco tardío este verano (tardinero, como diría el Arcipreste), y se ha hecho esperar la ceremonia del primer tomate, el momento en que vemos uno lo bastante maduro para arrancarlo, lavarle las salpicaduras de tierra, colocarlo en un plato, abrirlo por la mitad y, como si se tratase de una ofrenda a la diosa Pomona, observar contritos si ha salido carnoso, si las pepitas tienen buen color, algo verdosas por el borde, y sin echar todavía nada de aceite ni sal, cerrar los ojos y probarlo. No es que seamos expertos catadores ni nos dediquemos a la ingeniería genética. Nos conformamos con que el tomate sepa a tomate, con su punto de dulzura y acidez, con su carnosidad jugosa, pero sobre todo con algo que podríamos llamar sabor a mata. Del mismo modo que las ostras están buenas porque son como morder el mar, los tomates lo están porque saben como si se pudiera dar un bocado al huerto sin llenarse la boca de tierra. Otros años por estas fechas bajábamos con las cestas y las cargábamos de tomates gordos, maduros, abundosos, que había que pelar para meter en conserva antes de que empezaran a estropearse, y así todos los días, triturándolos para el gazpacho, refregándolos en rebanadas de pan tierno, o simplemente metiéndonos entre las varas para escoger uno cualquiera, limpiarlo con el pañuelo de hierbas y allí mismo darle una dentellada.
Pero aunque haya habido que esperar, y no estén listos unos tomates valencianos que en principio eran los que primero recogeríamos, no nos hemos resistido a probar dos más bien pequeños, de la variedad de corazón de buey, que es la que más me gusta, tanto por lo sabrosos que salen como por su propio nombre, que cuando se hacen grandes, con estrías, entre cónicos y helicoidales, les va que ni pintado. De hecho la primera vez que los plantamos fue porque nos llamó la atención que se llamasen de un modo tan entrañable.
Todo llega. Más de una vez nos hemos lamentado de tanto trabajo, tanto cavar la tierra, tanto clavar las varas y tan minuciosamente atarlas para que ninguna rama se descolgase ni, a ser posible, dañásemos ninguna flor al agacharnos para arrancar las hierbas. Pero al final ha habido al menos una muestra con que oficiar el rito, para que, pase lo que pase, el verano no sea del todo baldío.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Creative Commons License
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.