Cuaderno de verano, 30
Los maizales de la vega nos superan en altura, y cuando el sol aún no está arriba del todo llenan de sombra el camino y hacen más grato el paseo. Las hojas fibrosas van acostándose y al pasar es agradable rozarlas con la palma de la mano. Por encima, bajo el cielo raso, se ve una muchedumbre de espiguillas, que son como las flores del aligustre japonés que tenemos en el jardín, un fino tallo con ramitas a los lados, como un abeto color caña en miniatura, y a mitad de tallo, que tiene ya el grosor de una garrota, han salido unos husillos envueltos todavía en hojas tiernas, con un penacho de rubios estigmas despeinados, pringosos del polen que les cae de las espigas. Dentro, por lo que se ve de alguna mazorca que un paseante, o el propio dueño del campo, peló para ver cómo iba la cosecha, se ven granillos blancos como dientes de leche. Las plantas no han tardado un mes siquiera en ponerse así de altas y de hermosas. Estos días, además, al pasar se escuchan las compuertas de la acequia, abiertas de par en par para que el agua riegue a manta los maizales y los anegue hasta un palmo por lo menos, más arriba de las raicillas que crecen por cima de la tierra.
Las mazorcas salen de los nudos de mitad de tallo para abajo, y más de una vez he visto a nuestro vecino granjero que segaba la parte superior, cuando ya las espigas macho estaban pochas y las mazorcas fecundadas, para dársela a los animales. «Antes», me decía, «veníamos con la corbella por la vega para darles de comer a las vacas». Ahora se contenta con echárselo a las cabras, que se conoce que también las alimenta.
Pero esta imagen de salud y productividad ensombrece los recuerdos de la vega. Los maizales y las choperas, que exprimen el terreno, hicieron desaparecer años atrás muchos huertos en los que ahora estarían creciendo los tomates y las judías, y sin embargo quedan reducidos a piezas menores junto a las casetas. Aquí en casa hubo en tiempos un mediero que un año hizo de su capa un sayo y plantó entera de maíz la tabla donde están ahora los frutales. Contaba mi padre que se pasó el invierno arrancando cañas secas, no fuese que volvieran a salir. Las gallinas del mediero lo agradecerían.
Las mazorcas salen de los nudos de mitad de tallo para abajo, y más de una vez he visto a nuestro vecino granjero que segaba la parte superior, cuando ya las espigas macho estaban pochas y las mazorcas fecundadas, para dársela a los animales. «Antes», me decía, «veníamos con la corbella por la vega para darles de comer a las vacas». Ahora se contenta con echárselo a las cabras, que se conoce que también las alimenta.
Pero esta imagen de salud y productividad ensombrece los recuerdos de la vega. Los maizales y las choperas, que exprimen el terreno, hicieron desaparecer años atrás muchos huertos en los que ahora estarían creciendo los tomates y las judías, y sin embargo quedan reducidos a piezas menores junto a las casetas. Aquí en casa hubo en tiempos un mediero que un año hizo de su capa un sayo y plantó entera de maíz la tabla donde están ahora los frutales. Contaba mi padre que se pasó el invierno arrancando cañas secas, no fuese que volvieran a salir. Las gallinas del mediero lo agradecerían.
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