19.7.25

Protección

Cuaderno de verano, 29



Deberíamos embolsar las uvas antes de que sean, como dice Virgilio, «triunfo de los pájaros», lo que sucederá en el mismísimo momento en que bajen la acidez. Por lo menos habría que proteger las moscateles, que son las más delicadas, porque las otras tintas tienen el hollejo más áspero y más duro y los intrusos tardan más en cebarse con ellas. El gaditano Lucio Junio Moderato Columela nos aconseja enrejar las vides, «ab iniuria pecoris caueis emuniri», «defender con jaulas de los daños del ganado», y en todo caso preparar una buena cerca, para lo que recomienda levantar «un seto de varas por el que suban los arbustos» plantados a uno y otro lado de la empalizada, algo que nosotros hicimos con una tela metálica y un denso seto de madreselva que ensancha la valla y la recrece. Otro agrónomo romano, Paladio, es mucho más preciso con los tipos de cercas, sobre todo una hecha con zarzas y cuerdas de la que quizás hablemos algún día. Pero aquí no tememos al ganado, ni siquiera al de dos pies, como dice el salmo: «Ut quid destruxisti maceriam eius, et vindemiant eam omnes qui praetergrediuntur viam?», «¿Por qué tuviste que derribar sus cercas, de modo que todos los que pasan por el camino la vendimian?» Más tememos a los pájaros y a las avispas, y todavía más que a ellos al odioso mildiu, que mancha y reseca las hojas de la parra y arguella y pudre los racimos por más que los rociemos con una solución de azufre. Difícil es decir qué fue peor, si el pedrisco que reventó las uvas cuando empezaban a granar o la humedad que propagó la enfermedad, que quién sabe si este año nos dejará bailar a la pata coja sobre un boto de vino untado en aceite, como antiguamente se hacía en la fiesta de la vendimia.
La uva recia, a pesar de los bichos y de las tormentas, parece que sigue adelante. Cubriremos los racimos con papeles amarillos para que no vengan los verderones a picotearlas, aunque las avispas, como por abajo hay que dejarlos descubiertos para que respiren, merodean y se meten y se sostienen en el aire como colibríes mientras van libando el zumo que gotea por los poros de la uva, quién sabe si ellas mismas las aguijonean para chuparles el azúcar cuyo aroma debe ya de estar flotando por el aire.

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