27.7.25

Bignonia

 Cuaderno de verano, 37


Otras plantas trepadoras, en cambio, son más resistentes y menos peligrosas, pero también, como suele suceder, más sencillas y peor consideradas. Es el caso de la bignonia, con sus flores en forma de trompetilla o de vieja gramola, de color naranja, que crecen sin molestar a nadie, sus finas hojas dentadas no abruman con su sombra y sus delgados tallos se van haciendo cañas como las de la flor del ajo, y su tronco no engorda tan deprisa como el de la yedra ni va buscando a propósito dónde causar problemas. Las he visto en los pueblos de la contornada, a veces en el mismo alcorque donde crecen los dondiegos, en la puerta de las casas, o subidas a una tapia, a modo de barderas. De hecho son al mundo de las trepadoras lo que los dondiegos al de los setos: delicadas flores humildes, complejas formaciones corrientes, intensos tonos vulgares. Conozco gente que se entusiasma contemplando una gardenia pero estas flores le parecen feas, otra prueba de cómo la abundancia y la feracidad genera prejuicios de clase, y de cómo estos prejuicios nos trastornan el sentido estético. A nosotros nos encantan, y a pesar de que las raíces se extienden bastante y de vez en cuando hay que arrancar algún brote alrededor (nada comparable, ni de lejos, a los antipáticos ailantos,  que asoman por todas partes, ni siquiera a las retículas extensas de los álamos), que se deja segar como parte de la grama porque sale con un tallo muy fino y flexible que incluso es agradable a la vista mientras no eche a crecer, a pesar de todo eso las cuidamos, las regamos y les preparamos soportes nuevos para que sigan ascendiendo por el muro y compitan en pie de igualdad con las yedras avasalladoras o las frondosas glicinias, nada de lo cual les resulta necesario porque las bignonias, además de bellas, son muy sufridas. Pero nos queda ese otro prejuicio, el de identificar la hermosura con la fragilidad, que quizá sea un gesto de reconocimiento por nuestra parte, tratar con mimo a quien no lo necesita, como esas mozas del partido del Quijote a las que alguien, de buenas a primeras, agasaja, por primera vez en su vida, como damas de alto copete. Las mismas bignonias, si no tuviesen ese naranja oscuro tan llamativo, se sonrojarían si nos vieran tratarlas como a raras especies en peligro de extinción.

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