27.8.25

Amiga

 Cuaderno de verano, 68


Conque un año después llegó Morena, hija de Dante y de Lenka, igual que Galán, pero de la siguiente camada. Dante, un macho imponente de color canela, era descendiente del célebre Pando de Galisancho, aristócrata de rancia estirpe que debió de repoblar medio Campo de Salamanca. La madre, Lenka, en cambio, era más basta de hechuras, aunque para un pastor sería la más pura. Cuanto más volumen y badana, menos rústicos, menos ágiles y escurridos, que es lo que buscan los que los emplean para trabajar. Morena, que de cachorra parecía más enclenque, se hizo tan grande como la madre, más alta de caderas que Galán, y con esa rusticitas propia de los perros que se han criado en las parideras, oliendo a las ovejas, calentándose con sus balidos.
Luego cada cual ocupó su sitio. Morena, que se asusta con los truenos, que no viene a buscar un pedazo de pan hasta que se le insiste, como hacíamos cuando éramos pequeños cuando un vecino nos ofrecía algo, y que prefiere beber en los charcos de lluvia que en los cubos de agua clorada, retraída y silenciosa, cadenciosa y dormilona, es sin embargo por las noches la primera que avisa con sus ladridos, la que nada más caer el sol ocupa el puesto de vigía, y la que, si Galán se propasa lo más mínimo, se revuelve con un genio sin contemplaciones que alguna vez hemos tenido que parar. No es escandalosa ni amenazante, pero siempre que te incorporas, mientras arrancas una hierba en el jardín, o te das la vuelta cuando estás barriendo las acículas de la bajada (ese otoño dentro del verano, tan resbaladizo), siempre la encuentras a distancia prudencial, atenta a tus movimientos, y a los que pueda haber alrededor.  
En estos días de calor también es más sufrida que Galán. Puede estarse al sol hasta que empieza a ser insoportable, y pasar la noche entera al socaire de unos arbustos. Lleva peor que el otro las corrientes del ventilador y todo lo que no sea el discurrir tranquilo de los días. Esa misma sobriedad que le viene por parte de madre la hace más dulce, no cariñosa pero tampoco arisca, y más dura que Galán, que enseguida va buscando el fresco artificial y la humedad de la noche. Morena no es que se conforme con lo que le ofrece la naturaleza, más bien rechaza todo lo demás.

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