4.8.25

Cundir

 Cuaderno de verano, 45


Normalmente hago del riego una faena descansada. Un año, fiel a la ortodoxia hortelana, azada en mano iba conduciendo el agua, abriendo canalillos, levantando presas de barro, más o menos como ahora veo hacer al hortelano mudéjar que cultiva sus cilantros y sus calabazas río abajo, que mete los pies en el barro y va estirando la manta de agua sin necesidad de conducciones previas. Pero pronto descubrí que era más llevadero levantar caballones estancos (ya se buscan ellos con el desgaste del tiempo y la lluvia sus vías de comunicación) e ir regándolos con la manguera uno por uno. Si tuviera dos hectáreas de patatas sería un poco latoso, pero con esta miaja de huerto no cuesta nada, al contrario, es un placer observar cómo se va llenando el surco hasta los bordes nivelados, cómo penetra en la tierra y deja de subir un poco antes de quitarlo, cuando, en los días de mucho calor, ha empezado a drenar en la misma cantidad en que recoge el agua, o a pasarse al de al lado. A veces incluso hay que volver a rellenarlo si se ha chupado el agua demasiado aprisa el subsuelo de cascajo.
Sin embargo, cuando está el huerto en su apogeo, de nada sirve cambiar la manguera y sentarse en un poyato a echarse un cigarro. Se impone optimizar el tiempo, de modo que, mientras se va llenando un surco de las tomateras, arranco las hierbas de los pimientos, y lo mismo con las judías mientras riego los calabacines, o con los puerros mientras riego las cebollas, o bien reconduzco hacia la caña travesera los zarcillos que han llegado a lo alto del rodrigón y van buscando las ramas del manzano, que ya se doblan bajo el peso de las pomas, o las de los arces de donde saco las varas, que cada pocos días hay que ir ramoneando para que no den más sombra de la necesaria. Y eso sin contar con que tengo que regar con una jícara, uno por uno, los hoyuelos donde pusimos las últimas judías, que procuramos mantener húmedas hasta que asomen. Cuando ya he pasado la manguera por las matas de albahaca y están los apios bien amerados, entonces dejo también de acicalar el huerto, de repelar la madreselva y arrancar las largas raíces de la grama: todo huele a fresco, ha caído el sol y ya me puedo sentar.

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