11.8.25

Corza

 Cuaderno de verano, 52


Esta mañana, saliendo al camino, he escuchado detrás de los maizales un crujido algo más fuerte que si se tratara de un gato. Hay muchos por aquí, me tienen muy visto y ya no se espantan cuando paso, si acaso se meten en algún ribazo, o ni siquiera eso, se quedan sentados al borde del camino, con la cola rodeándoles las patas, y me miran pasar con precavida indiferencia. Pero esta vez me he imaginado que sería un animal más grande, y en efecto, he apretado el paso para salir a un terreno recién labrado y ahí estaba el corzo, que salía del maizal, de desayunarse unas panojas tiernas, o la misma alfalfa que vi ayer, que ya estará bastante seca. Un poco más adelante, de hecho, había un tractor con una hileradora, una especie de molinillo lento de grandes dimensiones que iba recogiendo las filas de alfalfa en otras más grandes e igual de rectas, imagino que para que luego, o mañana, les pasen la empacadora. 
El corzo ha dejado la espesura y durante un instante se paró a mirarme, no me ha dado tiempo a sacarle una foto, y si lo hubiera intentado se habría espantado con solo verme meter la mano en el bolsillo. Sería una corza, porque no tenía pintas blancas para ser muy joven ni tampoco cuernos para ser un macho. Ni la corza era blanca ni yo el montero Garcés, que arreó un ballestazo a su amada confundiéndola con el animalico, y eso que anoche era luna llena y el ambiente era propicio para las metamorfosis. De hecho se oyeron algunos disparos, de otros monteros menos románticos que se apostan entre los cañaverales, a ver si pasan las corzas, blancas o del color que sean, en busca de brotes tiernos.
No más de un instante la he visto quieta, los potentes cuartos traseros, las manos delicadas, la cabeza fina, y ha salido como una flecha, sin casi dejar huella en el sembrado, hasta emboscarse otra vez en el maizal de enfrente. Cuando he pasado por allí, me he agachado a ver si entre la sombra oscura de las cañas se le reflejaban las pupilas, pero ya no la he visto más. Imagino que después habrá cruzado el río para subirse a lo alto de la muela y pacer tranquilamente entre sabinas, a salvo de los cazadores que con estos calores las dejan en paz.

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