12.8.25

Camino

 Cuaderno de verano, 53


El camino lo tengo dividido en seis tramos de ida y otros tantos de vuelta que, magnis itineribus, me vienen a costar en torno a los nueve minutos cada uno. Al ir voy más deprisa, por esa tontería de los límites y las mejoras que luego nunca se traducen en la báscula; pero la vuelta ya es a ritmo de paseo, parándome a mirar las salicarias, que están ahora en flor, o los pocos girasoles de amarillo restallante que un hortelano muy apañado cultiva junto al ribazo. 
Empieza en el puente del Cubo, junto al chalecito modernista de balcones con golpes de látigo que hace unos años pintaron a franjas de color pastel, y la primera vez que miro el cronómetro es junto a la vieja sarga medio seca de la que hablamos aquí en su día. La segunda es cuando el camino se junta con el río y durante unos cientos de metros se va disfrutando del frescor de los álamos y del rumor de las aguas. Luego, otra vez, se sale a campo abierto, hasta una noguera grande debajo de la que hay una casa y un mastín que de tanto verme pasar ya ni me ladra. El cuarto punto de referencia es el cruce de la acequia con la trocha que sube a la masía de Artigot, un repecho pedregoso en el que hay que alargar el paso y bajar el centro de gravedad. Ahí empieza el tramo del que más disfruto, entre cañaverales que se meten al camino y altos maizales que a primera hora todavía no dejan pasar el sol. Es, además, el más corto, y termina en el cruce de la senda que lleva a la masada El Cantor, un caserón pintado de añil que perteneció al tenor Marín. El último, con el pueblo a la derecha, levantado en lo alto de las lomas, como las masías, cerca de los campos de secano y preparado para protegerse de las crecidas, termina en la cuesta del Molino, que ya enlaza con la carretera. 
Como siempre salgo a la misma hora, no me hace falta mirar el reloj si a mitad de esta última etapa escucho la campana de la iglesia. A veces aprieto un poco el paso para llegar a unos maizales desde los que ya se puede ver la torre. Si repican cuando paso a su altura, señal de que no me he entretenido.

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