8.8.25

Manzana

 Cuaderno de verano, 49


«La pálida camuesa arrebolada / en fe de que el afeite la sazona», sigue diciendo fray Plácido de Aguilar, o más bien Tirso de Molina, y no solo porque esté en los Cigarrales de Toledo,  sino porque los otros poquísimos poemas que se conservan de fray Plácido, ninguno editado, son de muy inferior calidad, y esta, aparte de algunos detalles muy tirsianos (los ramilletes, etc.) es una pieza excelente, sobre todo la parte que aquí citamos tanto y que ha pasado a ser el más acabado ejemplo de lo que se dio en llamar el bodegón barroco, la enumeración en versos cadenciosos de frutas y verduras. Demuestra este género que las cosas del campo son sobre todo palabras hermosas sin necesidad de acicalarlas con metáforas. No es el caso del Barroco, claro, que a todo le buscaba los afeites.
Nuestras manzanas, con alguna excepción, están pasando su particular calvario. Las bandadas de pardales y jilgueros que vienen por las mañanas a refrescarse con el chorrillo del aspersor se suben luego a los cerezos, a secarse y limpiarse las plumas, y después van a almorzar a los manzanos. Nada más que asoma la color, ellos picotean hasta el corazón y después la dejan abandonada para que otros bichos menos alegres continúen la faena. De este piscolabis pajarero quedan solo restos de manzana en sus primeros días de arrebol. Reinetas, verdedoncellas, esperiegas sobre todo, que se crían lozanas en la vega del Turia, aquí y aguas abajo, hasta el punto de ser la variedad más conocida de Ademuz. 
Así que estos días vamos recogiendo manzanas todavía sin color, todavía sin picar, y antes de que los señores pájaros procedan a una cata las metemos en un cesto de mimbre en la bodega, cerca de la ventana, para que les dé el sol, a ver si maduran fuera del árbol y del bufé libre de los jilgueros, que parecen jubilados desayunándose en el balneario. Tan solo hay un manzano que dejan en paz, cualquiera sabe por qué, y además es el más viejo, medio siglo lo contempla, en un rincón del huerto, al lado de las judías, al abrigo de un arce y de la pared por donde baja la canal del tajadero, que está forrada de madreselva. Igual es eso, igual es que las cañas los asustan. Igual hay algún bicho que ni vemos ni nos molesta, pero a ellos les causa pavor.

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