Cuaderno de verano, 60
El país está en llamas y los termómetros al rojo vivo, pero se supone que estamos llegando al final de la canícula. Salvo los maizales, que seguirán lozanos lo que quede de verano, hoy me ha parecido que los ribazos van tomando un color ceniciento. Quedan algunas flores diminutas, puntos morados y azules de los cardunchos y las achicorias, pero ya muy desvaídos. El campo se agosta, y al mismo tiempo los huertos están a pleno rendimiento. Con el hortelano que hables, no está siendo año de tomates, a todos les ha entrado algún bicho, no van a tener ni para ensaladas. Pero los hortelanos suelen exagerar al revés que los pescadores, siempre se están quejando. La razón me la imagino, pero también que en este caso los refranes populares, con su exquisita delicadeza, se me pueden aplicar a mí, al menos el de «a labrador tonto, patatas gordas», porque aquí estamos teniendo una espléndida cosecha de tomates, que les ha costado pero empiezan a estar maduros, y ahora llenamos las cestas y hemos vuelto al vegetarianismo autosuficiente, a las judías refritas con ajo y tomate, a los pimientos rellenos de calabacín, a los salmorejos y las vichisuás, a los pestos de albahaca, cuyas hojas parecen de molde, a los bullits y a las espléndidas tortillas de patata con cebolla, si bien en este caso, todo hay que decirlo, las patatas son de importación, concretamente de un vecino que las cultiva a menos de cien metros aguas abajo, y los huevos de unas serranas negras, la raza autóctona de por aquí, de otra vecina que las cría más cerca todavía, pero esta vez aguas arriba, y cuyos gallos de un gris azulado me amenizan el despertar. Casi habría que pagarle por esos cantos tan ceremoniosos (y por los cloqueos de las gallinas el resto del día) lo mismo que le pago por los huevos, en concepto de ambientación.
Y aún habría que plantar acelgas, coles y espinacas, pero nuestra subsistencia es más estética y espiritual que otra cosa, y en acabándose el verano preferimos recogernos y atender a otras partes del jardín que con tanta producción hortícola tenemos algo desatendidas. Pondríamos algún repollo, algunos puerros más donde han estado las cebollas. El huerto, cuando no es constante por necesario, es la tentación de la continuidad. Total, se cava en un rato, se planta en un momento, solo hace falta regar…
Y aún habría que plantar acelgas, coles y espinacas, pero nuestra subsistencia es más estética y espiritual que otra cosa, y en acabándose el verano preferimos recogernos y atender a otras partes del jardín que con tanta producción hortícola tenemos algo desatendidas. Pondríamos algún repollo, algunos puerros más donde han estado las cebollas. El huerto, cuando no es constante por necesario, es la tentación de la continuidad. Total, se cava en un rato, se planta en un momento, solo hace falta regar…
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