14.8.25

Azucena

 Cuaderno de verano, 55


Hacemos inventario de las flores que han sobrevivido a la canícula, más de las que nos imaginábamos. Aparte de que las hortensias, ya un poco resecas, siguen tan pomposas como siempre, y de que alguna rosa brilla en su singularidad extemporánea, tan solo hay flores grandes en los hibiscos, y unas dalias nazarenas que aún no han terminado de brotar. Lo demás son flores pequeñas, geranios, tagetes, y algunas otras de curioso nombre (salvias, gaitas, gauras, abelias, gazanias o montbetrias), sobre las que ya nos iremos deteniendo. Pero entre las flores grandes hay unas que nos tienen encantados, las azucenas rosadas, que leo por ahí que son flores de invierno pero aquí están más lustrosas que en los manuales de botánica. Sacan unas varas altas y desnudas, al final de las que brotan algo lánguidas las flores como campanas de chirimía, media docena de pétalos levemente ondulados, tan solo para que las líneas rosadas que cubren el fondo blanco dibujen la curvatura de las pinceladas finas, de los trazos delicados. Son curvos también sus filamentos, rematados en anteras en forma de herradura. No es de extrañar, mirando flores como esta, que los modernistas se limitasen a copiar las líneas blandas de la naturaleza, donde ni en los filos de las rocas encontramos líneas rectas, pero tampoco es muy frecuente verlas así de elegantes.
    Hasta el nombre científico, Amaryllis belladona, tiene su aroma selecto. Amarilis es la amada de Títiro, el pastor de las Bucólicas de Virgilio «tu, Tityre, lentus in umbra», le dice Melibeo, «formosam resonare doces Amaryllida siluas», es decir, «tú, Títiro, a la sombra / tendido a ser eco a las selvas enseñas / del nombre de Amarilis». Esta hermosa Amarilis es toda una revolución en el ideal amoroso de la Antigüedad. A través de Lucrecio, la filosofía de Epicuro había enseñado que la pasión es sufrimiento y que el amor es todo lo contrario. Títiro ha dejado al fin a Galatea, apasionada infiel, que lo tenía esclavizado con su caprichos, sometido a sus antojos, y ahora suspira por Amarilis, la tierna muchacha, la flor del campo, fiel compañera que es el símbolo de la libertad y del amor leal en el que no hay lugar para los celos. Con Amarilis podrá ser él mismo y no apartarse de su lado. Con Amarilis el amor es el principio para gozar juntos del camino, no un fin para amargarse la vida.

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