Cuaderno de verano, 71
¿A qué huelen las manzanas? El idioma tiene sus limitaciones con el olfato. Así como los demás sentidos disponen de adjetivos específicos (sonido estridente, tacto áspero, sabor dulce, cielo azul), con el olfato siempre recurrimos a la sinestesia o la comparación: algo tiene un aroma dulce, acre, picante o bien leñoso, frutal, ahumado, etc. Los olores son fuertes, suaves, embriagadores, etc., pero eso solo se refiere a sus efectos o a una cualidad general que podría aplicarse a cualquier sentido.
Ya dije que habíamos recogido las manzanas antes de que los pájaros las picotearan, excepto las del viejo manzano del huerto, cuyas reinetas comentábamos que seguían sin tocar. Sin embargo hemos descubierto un par de ellas con huellas de dentelladas que probablemente sean de una rata, de modo que las hemos recogido todas, que no iban a engordar más, a que maduren en casa, junto a la ventana, todo el tiempo que les falta para que se les vaya la acidez.
Abro una, la pruebo, y mientras la carne va tomándose de ocre por la oxidación, cierro los ojos y me la llevo a la nariz. Todavía huele a planta tierna (ya empezamos), pero también a ropa limpia y algo húmeda, a lino, a yute, a telas humildes, a vestido de novia, a jabón de casa perfumado con flores silvestres. No es el olor maduro del lagar, no todavía. No tiene, por supuesto, nada de cítrico, pero tampoco de dulce. El olor está más cerca del granero que de la bodega, de un granero ya vacío, en tarde de lluvia, limpio y baldeado como un patio a la sombra en la mañana. Quizá por no estar madura se define por lo que no es, pero le queda un aroma penetrante de flor más que de fruta. Rebano otro gajo, que ya estaba el olor algo apagado por la intemperie, y regresa la intensa, pero no lujuriosa, fragancia de flores diminutas. Hay en ella algo no excesivo, de fruto sobrio, de tallo leñoso, con los hilos aún impregnados de savia. Es la fragancia de lo que no está hecho, el aroma ingenuo y prematuro, la piel recién lavada en las aguas frescas del río. Es un olor austero, discreto, como la manzana misma, símbolo de tantas historias solemnes, que permanece quieta y sencilla mientras las maderas de oriente cansan enseguida. La manzana necesita tiempo, su olor tiene la delicadeza del recuerdo.
Ya dije que habíamos recogido las manzanas antes de que los pájaros las picotearan, excepto las del viejo manzano del huerto, cuyas reinetas comentábamos que seguían sin tocar. Sin embargo hemos descubierto un par de ellas con huellas de dentelladas que probablemente sean de una rata, de modo que las hemos recogido todas, que no iban a engordar más, a que maduren en casa, junto a la ventana, todo el tiempo que les falta para que se les vaya la acidez.
Abro una, la pruebo, y mientras la carne va tomándose de ocre por la oxidación, cierro los ojos y me la llevo a la nariz. Todavía huele a planta tierna (ya empezamos), pero también a ropa limpia y algo húmeda, a lino, a yute, a telas humildes, a vestido de novia, a jabón de casa perfumado con flores silvestres. No es el olor maduro del lagar, no todavía. No tiene, por supuesto, nada de cítrico, pero tampoco de dulce. El olor está más cerca del granero que de la bodega, de un granero ya vacío, en tarde de lluvia, limpio y baldeado como un patio a la sombra en la mañana. Quizá por no estar madura se define por lo que no es, pero le queda un aroma penetrante de flor más que de fruta. Rebano otro gajo, que ya estaba el olor algo apagado por la intemperie, y regresa la intensa, pero no lujuriosa, fragancia de flores diminutas. Hay en ella algo no excesivo, de fruto sobrio, de tallo leñoso, con los hilos aún impregnados de savia. Es la fragancia de lo que no está hecho, el aroma ingenuo y prematuro, la piel recién lavada en las aguas frescas del río. Es un olor austero, discreto, como la manzana misma, símbolo de tantas historias solemnes, que permanece quieta y sencilla mientras las maderas de oriente cansan enseguida. La manzana necesita tiempo, su olor tiene la delicadeza del recuerdo.
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