10.8.25

Marca

 Cuaderno de verano, 51


Igual que los madereros pintan pinos con pintura blanca o azul o les hacen una muesca con el hacha, nosotros atamos un cordel de pita en las ramas que están secas de los cerezos y de las nogueras, para no confundirnos luego cuando las vayamos a cortar y todas estén desnudas. Mientras buscábamos las ramas muertas comentábamos que los cerezos se han extendido tanto que hay algunas, gruesas como troncos, que llegan hasta el suelo y forman con las hojas una especie de cueva, que es donde se tumban los perros si el día no ha salido abrasador. Se está bien allí, claro, y en un radio de lo menos cinco metros ya no crecen las hierbas porque nunca les da el sol. Lo malo es que avasallan otros frutales, y un manzano que resiste de los primeros tiempos y sigue dando unas reinetas muy sabrosas casi está cubierto ya por la hojarasca del cerezo, y lo mismo sucede con un peral antiguo, que a la maldición de la mancha negra une la sombra densa del vecino, y aun así nos da unas altas peras estupendas.
Los mastines seguirán teniendo sombra si aclaramos un poco el panorama. Seguirán siendo árboles monumentales, incluso darán más fruto, y el único problema es que habrá que subir muy alto para cogerles las cerezas, porque las nueces caerán por sí solas. De manera que, como todo empieza a estar un poco selvático, decidimos atar unos cordeles también en aquellas ramas vivas que llegaban hasta el suelo, que no dejaban respirar a otros frutales o nos impedían el paso. Y sin embargo, mientras ataba el primero, me asaltó otra duda. Vi plantar esos árboles cuando era niño, los he visto supurar goma cuando las ramas pesaban tanto que les abrían una brecha en las junturas. Alguno lo vi morir, y lo talé y salió otro que también va para majestuoso. Pero estos viejos que quedan,  que les apuntalamos las ramas para que no arrastren las cerezas por el suelo, estos no han sufrido nunca la más ligera poda, son como serían si hubieran crecido en tierra fértil y nadie los hubiera cultivado, y esas ramas vivas que tanto nos estorban seguirán dando cerezas cuando nosotros ya nos estemos para recogerlas. Ni siquiera sé si merece la pena cortar las que ya están secas, que se quiebran con solo tocarlas, y el viento acabará con ellas. 

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