3.8.25

Rosa

 Cuaderno de verano, 44


Dentro del jardín los cambios son constantes pero mínimos. Para un ojo poco observador, todo es la misma rutina, cualquier día es el mismo día, las semanas se confunden con los meses, una estación entera es apenas el soplo de un recuerdo. Dicen que la vida es más lenta cuando no hay conciencia de futuro, lo que, en principio, beneficia a los niños y a los ancianos. No sé. Si aplico la mirada, todo pasa a una velocidad inabordable, no hay entradas de este cuaderno para consignar los cambios, los movimientos, las evoluciones, el transcurso del tiempo. Si elijo una planta no sólo me dejo las otras sino las distintas formas de esa misma planta con el paso de los días. Pero verlo todo, captarlo todo, conduciría a una parálisis como la de Funes el Memorioso, a quien la vida se le iba como el agua entre las manos. El jardín propone una rutina variada, un ameno no pasar nada. Lo comparo con los libros. Pasan los años y el recuerdo ya no es tanto de tal o cual página sino del momento de estar leyéndolos, de la sensación de vivir unos días enfrascado en ellos, del hondo suspiro al terminarlos. Pero veo las fechas de lectura y lo que me parece que acabo de leer ocurrió hace varios años, y a veces ocurre al contrario, que lo que sí que he terminado hace dos días ya está perdido en la más brumosa memoria. Así los días en el huerto. Este pepino que arranco no es el mismo de ayer pero sí el del año pasado. Los zarcillos han crecido en pocas horas y están como hace muchos años. El tiempo se amalgama, se condensa, es un continuo fluir, un presente cambiante, no exactamente un transcurrir. Otros, al sentirlo, pensarían que la vida es corta y todo eso. Yo vivo con el jardín, lo veo nacer y morir, y no hacerlo igual ningún verano. De niño septiembre era un horizonte muy lejano, casi igual que ahora, quién sabe cómo estarán mañana los tomates, o cuando empezarán a amarillear las matas. Todo sucederá y habrá sucedido, pero nada de eso importa, tan solo que todo está sucediendo, que los pimientos están lozanos, que ha salido una rosa cuando ya no la esperábamos, y nos sentamos a mirarla porque sabemos que quizá no esté mañana, o no sea más que un recuerdo.

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